viernes, 9 de noviembre de 2012

EPÍGRAFES


Cuando abrimos un libro por primera vez, quizás movidos por el deseo de empezar su lectura, pasamos rápidamente las primeras hojas y casi no reparamos en esas páginas prácticamente en blanco cuyas únicas palabras son citas textuales de las obras de otros autores. Estas citas son los llamados epígrafes y su función en el libro va más allá de un simple elemento decorativo o una presuntuosa muestra de la erudición y conocimiento del autor, pues estos casi siempre apuntan o sugieren posibles claves interpretativas del texto que vamos a leer. Es más, generalmente, la utilización de epígrafes literarios constituye una forma privilegiada del diálogo que el autor mantiene con la tradición literaria, antigua y moderna, un diálogo entre dos textos, uno, que el lector descubrirá íntegramente a través de sus páginas, y otro, fragmentado, como extirpado de su totalidad, pero que de algún modo se encuentra representado o reinterpretado en la nueva lectura.  La brevedad, el fragmentarismo, el carácter alusivo son rasgos que contribuyen a que el epígrafe se cargue de significación y se convierta, así, en elemento consustancial al texto que acompaña.

A no todo el mundo le gustan los epígrafes, y tampoco todos los escritores los utilizan. J.D. Salinger, por ejemplo, no lo consideró necesario para El guardián entre el centeno; en cambio, otros como E. A. Poe lo hacen profusamente y cada uno de sus cuentos viene encabezado por uno. Del mismo modo, epígrafes hay de tantos tipos como autores. Los hay que resumen perfectamente el argumento del libro. Mario Benedetti escogió unos versos del poeta chileno Vicente Huidobro, que sintetizan meridianamente el desasosiego existencial que padece Martín Santomé, el protagonista de su novela La tregua. Otros, dan título a la obra como la cita de F.W. que utilizó Carlos Marzal para Los pobres desgraciados hijos de perra, que da nombre a su último libro de relatos.

Epígrafe de La Tregua de Mario Benedetti

Epígrafe de Carlos Marzal para Los pobres desgraciados hijos de perra


Reconozco que me fascinan los epígrafes, incluso siempre que puedo yo mismo los utilizo, pero sobre todo me gustan aquellos que una vez terminado el libro, te obligan a volver a esa página donde el inadvertido epígrafe toma una forma renovada y te deslumbra como quizá una verdad por primera vez leída, por primera vez sentida como propia.

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