martes, 16 de octubre de 2012

RITUALES DE LECTURA


Leemos en cualquier momento, en cualquier lugar. Leemos sobre papel y sobre pantallas. Los hay quien lee de camino al trabajo, otros a la hora de comer, muchos en la cama antes de dormir. Lo cierto es que cada cual encuentra su espacio y su mejor hora para leer.

Una amiga me comentaba que disfrutaba mucho de su hora de la lectura, y no porque le encanta leer, que también, sino porque había conseguido que ese tiempo que le dedica a la novela que lleva entre manos fuera único. Me contaba esta amiga que cuando se queda sola por las mañanas, después de que toda su familia saliera hacia sus quehaceres, ella se preparaba un delicioso café humeante y unas tostadas, y dependiendo de la estación del año, sale a la terraza a esa hora de la mañana en la que los incipientes rayos todavía no queman demasiado, o bien se queda junto a la ventana de la cocina, la más luminosa a esa hora del día, y entonces junto a la taza de café y su libro, o e-reader, tanto le da, comienza a dejarse seducir por la lectura. 

(vía flickr - Dani Lunardi)


Estas conversaciones con ella me hicieron pensar que con el tiempo también he adquirido ciertos rituales de lectura. En verano, por ejemplo, suelo pasar algunas temporadas en el campo. Allí he encontrado un espacio tranquilo donde coloco un viejo sillón de mimbre modelado por el tiempo, y a esa hora del día,  bajo el peso de un sol muy blanco, cuando la luz es más abrasadora, me siento bajo la sombra de una parra centenaria, y abro mi libro por donde lo dejé la última vez; y por unos de esos raros portentos de la vida, el tiempo se va deteniendo, y muy tranquilamente comienzo a diluirme entre las páginas del libro.

(vía flickr - Danieladenkova)


Sin embargo, durante el año he adquirido otros hábitos lectores. Últimamente me levanto muy temprano para leer, antes incluso de que salga el sol. A esas horas del día no suena el móvil, y los correos nuevos que entran por la bandeja no son más que publicidad. Paulatinamente, lo que antes podía ser un suplicio por tener que madrugar, se ha ido convirtiendo en el momento más especial del día, un momento único que me dedico a mí mismo. Además de madrugada, con un café con leche bien cargado, es posible tomarse las páginas con más calma. Una calma serena que todo lo domina y que abre un espacio ideal para las ensoñaciones, para las reflexiones certeras de los otros capaces de conducirnos hacia esa idea luminosa que quizás nunca se nos hubiera ocurrido. Y cuando llega la hora de marcharme a trabajar, una rabia furiosa me impide levantarme del sillón y comienzo una batalla sin cuartel contra el reloj, arañando hasta las últimas décimas de segundo. Sin embargo, hoy por hoy, no conozco forma más prodigiosa de empezar el día.

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