martes, 2 de octubre de 2012

LAS NOVELAS TONTAS DE CIERTAS DAMAS NOVELISTAS


Me había hecho el firme propósito de que nunca hablaría de la famosa trilogía de las Sombras de Grey. Se ha escrito y dicho tanto sobre ella desde cualquier punto de vista imaginable, que poco más podía aportar sobre el asunto. Vaya por delante que a lo máximo que pude llegar a leer fue el primer capítulo, pero con ello ya tuve suficiente para hacerme una idea de que se trata de lo más opuesto a lo literario. Sin embargo, como en esto de las lecturas, soy un tanto anárquico, no sé cómo se cruzó en mi camino Las novelas tontas de ciertas damas novelistas de la escritora inglesa Mary Ann Evans (1819 - 1890), escrita bajo el seudónimo de George Elliot, mucho antes de que se inventaran los best seller.

En el prólogo la escritora y traductora Gabriela Bustelo ya explica que a pesar del tiempo transcurrido desde que se publicara este ensayo, es de una rabiosa actualidad, y eso que apareció publicado en mayo, simplemente un mes antes de la deplorable  50 Sombras, de lo contrario Bustelo hubiera tenido motivos más que suficientes para demonizar las Sombras.

Eliot comienza su ensayo explicando en qué consiste ese nuevo género literario que denomina “Novelas Tontas Escritas por Mujeres”. Según ella, se trata de un género que a su vez tiene “muchas subespecies que, según la calidad concreta de la tontería que predomine en ellas, pueden ser superficiales, prosaicas, beatas o pedantes. Pero la amalgama de todas estas subespecies variopintas produce un género —basado en la fatuidad femenina— donde pueden incluirse la mayoría de estas novelas, que podríamos llamar del estilo de «artimaña y confección».”

De ese modo, George Eliot a lo largo de unas pocas sesenta páginas pergeña un lúcido y detallado análisis de las novelas femeninas que estaban de moda en su época, desmontando y demostrándonos lo ridículas que pueden llegar a ser este tipo de narraciones. Sin embargo, a pesar de todo,  hemos de ser sinceros y reconocer que son novelas que poseen un amplio número de lectoras que siempre se mantienen fiel a ellas y que no les importan, como demostró Eliot, que las tramas, la acción y los roles representado por los personajes sean siempre los mismos, y que lo único que cambie sea el espacio y la época en la que transcurre lo novelesco. Es más, quieren que siempre sea así y que no se salgan del guión preestablecido.

Excepto las correspondientes actualizaciones sociales, culturales y tecnológicas, en un centenar de  años, poco o nada ha cambiado en este género. Si bien es cierto que las mujeres leen más que los hombres, también es cierto que un amplio número de ellas sólo leen lo que normalmente se han conocido como “novela rosa”, que contiene un amplio espectro de escritoras que abarca desde Bárbara Wood, Daniell Steel o Nora Roberts, hasta esas otras que aunque pretendiendo dar una pátina de intelectualidad a su obra crean heroínas capaces de defenderse tan bien hilvanando jaretas como urdiendo complicadas trama de espionaje, o enviándolas a universidades californianas para que parezcan más cultas.

Parece que es indiscutible la pérdida de prestigio y autoridad literaria que poseen la mayoría de los escritores actuales. Gran parte de las novelas que se publican hoy en día están fabricadas en serie en talleres industriales, siguiendo una receta muy simple: escribir del mismo modo que se habla, algo tan contrario a la especificidad literaria; que sus  personajes hablen y actúen, pero en lo que no haya ni la más mínima  reflexión; siempre ha de aparecer un romance tormentoso, aderezado de contenido erótico, cuanto más mejor; y algo de intriga y misterio, pero tampoco mucho no haga perderse al lector; y con estos ingredientes, voilà, ya se tiene el superventas del año que le hará ganar montañas de dinero a su autora, que como en el caso de la de Grey, no es necesario que sea una escritora muy cualificada. Fíjense que curioso lo que ya decía Geroge Eliot a este respecto: “El peculiar ajuste termométrico da como resultado que, cuando una mujer tiene un talento valorado en cero, la aprobación periodística alcanza su punto de ebullición; si la señora logra situarse en la mediocridad, la temperatura desciende a un calor veraniego; y si consigue llegar a la excelencia, el entusiasmo de la crítica cae en picado hasta el nivel de la congelación”.

A partir de esta genial lectura he constatado una idea ya sabida: que aunque cambien los modos y las modas, la esencia permanece inalterable, y que escritores, no vamos a entrar en distinciones, tontos siempre los ha habido y los habrá. Es una lástima que cada vez hayan menos autores como Stefan Zweig quien pensaba que los escritores era seres que tenían algo que decir y que, por lo general, contribuían por sus libros y artículos a mejorarlas cosas.

Me gustaría terminar con las siguientes palabras de George Eliot sacadas de Las novelas tontas de ciertas damas novelistas, cuya breve lectura, por su atemporalidad y vigencia, os recomiendo a todos: “Por el amor de Dios, demos una mejor educación a las mujeres jóvenes; démosles mejores cosas en que pensar, mejores asuntos a los que dedicar el tiempo”.


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