viernes, 11 de mayo de 2012

EL INCREÍBLE NIÑO COME LIBROS


En un post anterior veíamos como Jeff Brodsky afirmaba que “uno es lo que lee”, y esto es  enteramente cierto. Desde pequeños, gracias sobre todo a nuestros padres, vamos formando nuestro carácter bibliópatra con las historias que nos relatan, o con los cuentos en los que empezamos a distinguir los colores y las primeras letras. Nuestra vida está estrechamente vinculada a todo lo que hemos ido viendo y leyendo desde la infancia, de tal modo que, cuando por casualidad cae en nuestras manos unos de esos primeros cuentos o libros de nuestra niñez, podemos vernos reflejados en ellos como si de una especie de espejo mágico se tratara. Sin lugar a dudas, en esos primeros libros se alojan no pocos descubrimientos de la vida.

Hasta ahora no me había decidido hablar de literatura infantil y juvenil. Creo que es uno de los géneros literarios que merecen una sensibilidad especial, ya que su estructura narrativa, junto con la trabazón que existe implícita con las imágenes, siempre es más compleja de lo que a primera vista parece. No obstante, no puedo dejar pasar la ocasión de hablaros de un libro que descubrí hace poco y que precisamente trata de un futuro bibliópatra.

El increíble niño come libros, cuenta la historia de un niño que devora los libros; pero cuando decimos devorar es porque lo hace literalmente, los mastica y los engulle. Movido por un insaciable apetito de conocimiento, un día se come una palabra, luego un párrafo, después una frase, hasta que termina por zamparse todos los libros que encuentra: desde novelas, diccionarios, y enciclopedias hasta manuales de historia o matemáticas, aunque sus favoritos siempre son los rojos. Hasta que un día no sólo termina con una terrible indigestión, sino totalmente confundido. Es entonces cuando descubre el verdadero secreto de la lectura: es mejor leerlos y disfrutarlos poco a poco que pegarse el atracón.

Este cuento, escrito e ilustrado por Oliver Jeffers, es un hermoso libro-álbum, donde todo está cuidado al detalle, no sólo el texto narrativo, sino también el diseño, las ilustraciones, la disposición en la página, las distintas tipografías utilizadas, letras manuscritas con texto mecanografiado, por ejemplo. Los dibujos aparecen sobre distintas texturas: Postales, cartas, servilletas, hojas milimetradas, pentagramas, fichas e incluso sobre la tapa rota de algún libro. Además, añade a sus dibujos algunos detalles científicos, como gráficas o fórmulas, que combinadas con elementos desestructurados, dotan al cuento de una gran originalidad, lo que supone también un valor añadido tanto en lo visual como en lo narrativo. Al final, este aprovechamiento de los soportes y el uso inteligente, estratégico, de los blancos agilizan la mirada, amenizando la lectura.




Oliver Jeffers es una autor sorprendente. Sus libros nos presentan narraciones sencillas y amenas, y aunque están pensadas para niños, tienen una profundidad que toca a menudo nuestra sensibilidad. Sus historias son de esas lecturas que nunca olvidas, pues para muchos de nosotros las horas más emocionantes de la infancia son aquellas que nos remiten a ciertas lecturas primerizas, al encuentro con algún libro que luego se convertirá en inolvidable.

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