viernes, 20 de abril de 2012

EL ASESINO HIPOCONDRIACO





Como ya sabéis los que más me conocéis, a la hora de enfrentarme a una nueva novela poco o nada sé de ella. Me gusta descubrir nuevos autores, o que la historia me vaya atrapando a través de sus páginas; pero por lo general me suelen decepcionar los elogios preponderantes que los editores o otros amigos escritores suelen hacer de ella. Los criterios que sigo a la hora de elegirla son tan dispares como las nubes que pasan en cada momento. En esta ocasión me decanté por  El asesino hipocondriaco, un tanto movido por una entrevista que vi en el programa de televisión Página 2, y sobre todo, y esta es la razón de más peso, porque trataba de enfermos y literatura, o de enfermos de literatura, como en un principio quise entender,  y todo ello con grandes dosis de humor. Lo del humor es una cuestión que siempre la tomo con cautela, aunque en esta ocasión he de reconocer que el principio de la novela es bastante hilarante.

Una vez leído el libro, descubrí que el autor, Juan Jacinto Muñoz Rengel, tiene una larga trayectoria como escritor de relatos, alguno de ellos premiados, además de profesor en un Taller de escritura Creativa, así como columnista y crítico literario. Todos estos indicios apuntaban a que debía de ser una gran novela. Pero como suele ocurrir en la mayoría de las ocasiones, los grandes cuentistas, se manejan muy bien en los espacios cortos, pero cuando se aventuran en algo más profundo, suelen naufragar.

Con tal explícito título, La historia del asesino hipocondriaco, es difícil no imaginar de qué trata. El señor Y, un asesino a sueldo y de una estricta moral Kantiana, tal y como y él se define, y por supuesto, hipocondriaco, al que sólo le queda un día de vida para acometer su encargo, es contratado para acabar con la vida de Eduardo Blaisten, antes de que le asalte una apoplejía terminal o una úlcera gangrenosa o un empeoramiento de su Síndrome de Espasmo Profesional, o cualquier otra de sus muchos afecciones que padece, estableciendo al mismo tiempo una atrayente conexión con los males físicos, psicológicos e imaginarios que torturaron a Poe, Proust, Voltaire, Tolstói, Molière, Kant y al resto de los hipocondríacos ilustres de la historia de la literatura y el pensamiento. Finalmente serán estas dolencias, y su mala suerte, las que irán frustrando una y otra vez todos sus intentos de homicidio. De tal modo que la narración se convierte en una sucesión de intentos fallidos del escrupuloso asesino hipocondríaco.
No sería justo negarle a Muñoz Rengel la buena dosis de inventiva, sobre todo en su inicio, pero según vamos avanzando en la lectura nos va defraudando. En mi opinión a la novela le falta ritmo y pericia literaria. La estructura es sencilla ya que destina unos capítulos a sus peripecias como asesino, y otros, a los escritores y pensadores famosos, representantes todos ellos de un selecto club de malditos a los que la mala fortuna y la enfermedad han asediado siempre, aquejados de los mismos males que nuestro personaje, con los que el protagonista se identifica. Si en lugar de esta estructura bimembre, tan simple, hubiera tejido una trama más elaborada, donde aparecieran las vidas de estos ilustres artistas y pensadores, insertadas sutilmente dentro de la historia a modos de digresiones, la novela hubiera ganado mucho más. De ese modo apenas ocurre nada. Parece que siempre se encuentra en punto muerto, pues todo se reduce seguir a un señor, lamentarse, volver a seguirlo, meter la pata, meter la pata, lamentarse, hablar de escritores, para dar la sensación de que ocurre algo, describir dolencias varias, a veces incluso de un  modo demasiado científico,  y así en un continuo bucle hasta el final.
Sea como sea, Muñoz Rengel se muestra como un escritor efectivo, solvente, pero al que todavía le falta experiencia y madera como escritor para lograr que una leve trama detectivesca que se hubiera podido despachar en un relato, le sirva para escribir una novela extensa. En cualquier caso,  El asesino hipocondriaco  no deja de ser una novela entretenida, que puede funcionar más como anecdotario de ilustres hipocondríacos que como historia de ficción.

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