viernes, 2 de marzo de 2012

DILES QUE SON CADÁVERES

Mientras escribo esto empieza a irrumpir el sol a primera hora de esta mañana, último miércoles de este extraño febrero primaveral. No sé por qué me gusta leer a ciertos autores cuando comentan los libros de los otros. Acostumbro a hacerlo orientado en casa en dirección al sol, cuyos rayos me obligan a hacer un esfuerzo añadido para leer, aunque es un esfuerzo –no me gusta que leer me resulte siempre tan fácil- que acabo agradeciendo. Esta mañana, por ejemplo acabo de  encontrarme con un Vila-Matas fascinado ante quién pudiera tener el bastón de Artaud, símbolo supremo de la locura, al que su dueño le hizo poner una puntera de hierro con la que golpeaba violentamente los adoquines de París para sacar chispas con él. Artaud perdió ese bastón en su extraño viaje a Irlanda. A Vila-Matas, quien ignora quién se quedó finalmente con su bastón, le hubiera gustado escribir una novela en la que alguien viaja a Dublín para investigar el paradero del bastón de Artaud. (*)

Al final no lo hizo él, pero sí su amigo y caballero también de la Orden de Finnegans Jordi Soler. Diles que son cadáveres cuenta la historia de cómo en 1937, en una de sus fases de locura más violentas, el poeta francés Antonin Artaud viaja a Irlanda con la misión de devolver el auténtico bastón de San Patricio. Más de medio siglo después, en Dublín, cuatro personas muy peculiares, entre los que destaca un agregado cultural mexicano, narrador de la historia, y una vieja gloria de la poesía irlandesa, quien acompañó a Artaud en su viaje por Irlanda, protagonizarán una delirante historia. Ésta es apenas el inicio de una trama en efecto intrincadísima pero narrada con transparente naturalidad.

El escritor mexicano Jordi Soler (Veracruz, 1963), al igual que Vila-Matas, ha escrito una novela donde lo más importante no es que la literatura se haya personificado, sino que es la vida misma, de tal modo que la historia del bastón de Artaud se va contando en un hábil ejercicio de equilibrismo en el que la crónica de los hechos reales y lo inventado avanza por una delgadísima cuerda, no siempre teniendo claro de qué lado se encuentra en cada momento. Es cierto que hay numerosos elementos que responden a hechos reales, como el viaje de Artaud a México  y su encuentro con la tribu indígena de los tarahumaras, sobre los que escribió un libro (1945), pero también hay muchísima literatura con Artaud como centro  y con algún personaje diseñado con perfil estrafalario, como el poeta gaélico Lear McManus, representante del grupo poético “Los poetas de la pradera asfaltada”.

Lo enigmático del título hace referencia a la frase que Artaud le dijo al crítico André Franck: “Diles que son cadáveres y que jamás resucitarán de entre los muertos”, y con la que realmente quería decir “Vayan todos a la mierda”, una forma muy poética y elegante de expresar tal sentimiento de insatisfacción o contrariedad. Y ese mismo refinamiento y precisión domina todo el estilo de la novela, en el que destaca la destreza para el manejo de la analepsis y prolepsis literaria y una voz de narrador maduro ajeno a las tendencias actuales y a las novelas de factura sencilla (temas al gusto del mercado, de inmediata comprensión y fácil traducción). Diles que son cadáveres es una novela de un  inconfundible estilo personal de un autor que ha puesto su mirada sardónica sobre un mundo y unos personajes al borde del caos personal, laboral o emocional, pero con una socarronería paródica y un enorme descreimiento.

(*) Enrique Vila-Matas, Diario Voluble (2008). pp. 103-104.

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