martes, 7 de febrero de 2012

EL OFICIO DE ESCRIBIR

EL TALLER DEL POETA

"El novelista trabaja de un modo continuo, fijo; escribe cierto número de horas y de páginas cada día. Para el poeta eso resulta imposible y quien ha intentado escribir un poema diario ha obtenido resultados catastróficos. Por otra parte, es imposible emprender ninguna actividad humana sin dedicación y para aspirar a escribir poemas y, quizás, ser poeta, uno tiene que trabajar mucho. Así que hay que encontrar un punto intermedio entre no forzarse a escribir y seguir practicando continuamente.

En mi caso, no tengo un taller propiamente, sino cuadernos y un ordenador donde apunto lo que se me ocurre, lo que me interesa, lo que me gusta, con muchas versiones que luego no utilizo. Quisiera mostrarme como una persona muy racional y ordenada, que cree en el esfuerzo y el tesón, pero lo cierto es que existe algo para lo que no hemos encontrado mejor nombre que «inspiración», responsable de las escasas ocasiones en las que nuestro trabajo cumple nuestras expectativas.

Escribo en toda clase de lugares, se me han ocurrido textos en el metro, en un tren… Hubo un tiempo en que los aviones eran un campo muy propicio para el intento poético pero se han convertido en un infierno. Los propios aeropuertos eran antes muy favorables para trabajar, con sus grandes salas vacías, pero ahora están atestados. En cambio, uno de las últimas fronteras de la escritura son los cuartos de hotel, son sencillamente maravillosos."

José Emilio Pacheco

FÓSIL Y VOLATIL
En la gran tumba de papel
lividez amarilla que se desgarra al contacto,
entre ruinas proliferan de lo que fue
un día en la vida,
un momento entre los momentos,
encontré un fósil que aún emitía bajo el Carbono 14
cierta señal aunque muy leve de vida.

Fue mi primer poema de hace mil años.

Quise leerlo desde otro planeta,
desde el desconocido impensable que salió de allí sin embargo
-y aún no se cura de espanto.

Sentí ganas de ver qué me decía,
cuál recado póstumo
escribí otro yo mismo sin darme cuenta en aquel entonces.
Y me acerqué intrigado y, qué más da, emocionado.*

Pero la hoja volátil abrió las alas.
Se quebró ante mis ojos.
Y ya herida de muerte dejó en la nada
un reguero de polvo o polen.

* César Vallejo, Poemas Humanos.

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